¿Qué había pasado? ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Cuándo perdí las riendas de mi vida? ¿de mi sexualidad?
Todo era culpa suya, suya y de nadie más. Supo bien como manipularme, como hacerse dueño de mi vida, de mi cuerpo, de mi alma.
Si, definitivamente, odiaba aquella situación. Me sentía sucia, muy sucia. Y, sin embargo, allí estaba.
Desnuda y expuesta a sus miradas libidinosas. Bocas babeando y sexos erectos. Ansiosos por poseerme, ansiosos de poner sus sucias manos sobre mí. De dejarme cubierta por dentro y por fuera de su semen pegajoso.